
Confieso que dejé de confesarme a los nueve años cuando el sacerdote en una insistente indagatoria me instaba a que le confesara en sus propias palabras: «Pero dime, hija, sin temor, tú cuando juegas con tus amiguitos ¿haces groserías con ellos?, bueno tú sabes… se desnudan, se revuelcan, ¿te dejas levantar la faldita…? [¿…?], dime qué sientes cuando alguno de tus amiguitos toca tus partes íntimas o te mete sus deditos»… [¿…?]. Salí despavorida y furiosa, hasta el día de hoy, nunca más me acerqué a un confesionario y mucho menos a los curas.
Blanca Elisa Cabral en Sexo, poder y género.
Editorial El Perro y la Rana
¡Palabra Comprometida con la Revolución Antipatriarcal!
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