Ante mí, corredores débilmente iluminados. La luz sale de las puertas entreabiertas a los lados del largo y retorcido pasillo. No me interesa entrar en ellas; sólo quiero ir más adelante, hacia aquello que estoy buscando. Eso que me llama con sonido de agua y un olor a sangre que me golpea en la boca.
Alzo la cara y avanzo decidida en su busca. Junto a mí, alguien titubea y se queda al lado del camino, aterrorizada por los sonidos que salen de las puertas. Ella vacila pero yo avanzo, dirigida por el oído y por el olfato, y por la voluntad férrea.
Tras una puerta entreabierta, veo una habitación y una cama. Y una anciana sin piernas me mira entristecida, mientras su compañera sin brazos niega con la cabeza. Sigo caminando, y dejo atrás las luces neón y el sexo que suenan desde otro cuarto.
Trato de correr y las piernas avanzan lento. Desesperadamente lento. Pero avanzo y llego.
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