César Acosta
Huérfano de padre a los dos años de edad y en su inocencia de niño, sin comprender el suceso que le rodeaba y sorprendía. Plegado al traje de una mujer que sollozaba sin consuelo, el también, aunque ignoraba el significado de aquel extraño acontecimiento, vertía lagrimas y quejas, las que sacaban y apagaban con el vestido enlutado de aquella mujer, era su madre abnegada y fiel, la que con su llanto y entrecortada conversación, le señalaba el féretro y le instruía de la ausencia eterna de su progenitor!. Su madre, ese amor filial de infinita grandeza e incomparable bondad, se quedo muy sola con su pobrezas, su duelo y preocupaciones en la crianza y educción de su progenie!.
Mas o menos un lustro había transcurrido y aletargado en algo el sufrimiento de aquella singular mujer, y mientras su hijo crecía dotado de natural precocidad y la madre noble…
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