Allí, dónde todavía
las lágrimas son solo
saliva de rana,
y las ramas,
vías y museos
de hojas simultáneas,
allí dónde las piedras
festejan ser homónimas,
justo ahí,
es donde escarban
los verdaderos y animalados
hombres que siempre seremos
los asnos de los príncipes.
Y luego, las princesas,
con su polvo que brilla
picante y afilado,
ese ahogo innecesario
entre los dientes,
esas alas sutiles y mínimas
que no vuelan,
y esa inmaculada
raya blanca de cráneo
que ordena
la disposición orquestal
de una acuosa melena.
Todo y con nuestras humildes
y achatadas calabazas,
los asnos y las mujeres,
siempre volveríamos
a comernos la manzana.
– Enrique Urbano.