Recibí la noticia de su muerte en un sobre cerrado, una mañana oscura del primer día de invierno. La nota contenida en su interior era breve, había sido escrita en un papel amarillento con bordes dorados, en un tono solemne que me resultó distante, ajeno a toda lógica o realidad admisible. Algunas letras se habían borrado debido a los cambios de temperatura producidos en la peripecia del recorrido, pero me bastaron las dos primeras frases en letra cursiva para comprender la dimensión de su significado, y enterarme de ciertos detalles.
De súbito, los párpados se me pusieron pesados, los pies y brazos comenzaron a temblarme. Por una fracción de segundo, olvidé quién era, cómo había llegado hasta allí. Desde el otro lado de la puerta, el cartero me veía con mirada expectante, ansioso porque firmara y le dejase marchar. Pero yo era incapaz de reaccionar, incluso de hacer el más…
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