Escorpio, un cuento negro para el final del verano | elpais.com


Escorpio (SPA)El autor Mikel Santiago, que ha publicado recientemente Última noche en Tremore Beach (Ediciones B), nos regala este cuento de verano para despedir las vacaciones. Mezcla sus dos pasiones, que tan buen resultado le han dado en su novela, el miedo y lo negro.

Mikel Santiago

El cuándo: El último fin de semana del verano. El plan: Una cabaña de los Alpes de la Provenza.
Valentín la había conseguido por mediación de un amigo. “Trabaja como profesor de vela en verano y monitor de ski en invierno – le había explicado a Vic – Ahora mismo está en Mallorca, así que tenemos la casa para nosotros hasta septiembre, quizá octubre. ¿Qué te parece?”

Vic accedió, pese a que no le gustaba demasiado aquel plan en “la naturaleza” (bichos, duchas frías, mantas apolilladas). Ella prefería su cómoda habitación en el hotel La Picouline, donde habían venido celebrando sus encuentros secretos desde hacía meses. Pero la última vez casi se cruzan con una amiga de la familia de Malena… y habían decidido que tendrían que cambiar de escondite.
El viernes condujeron por separado hasta Saint-Luciene, un pueblito que Valentin le había indicado en un mapa. Una vez allí se encontraron y, después de un breve almuerzo, Valentin la guió con su coche por un estrecho camino de montaña hasta el refugio.
— En invierno no cabe un alfiler — le dijo al llegar —, pero en verano esto parece un cementerio.
Era una noche de finales de agosto.  Una suave brisa recorría las laderas del Valle de la Blanche, movía las copas de los pinos y  embriagaba el aire con el dulce aroma de la genciana. Los grillos tocaban su canción nocturna y a lo lejos, muy lejos, se distinguían las luces de un pueblo.
La casa estaba completamente a oscuras, con excepción de un tragaluz en el tejado, que proyectaba el leve resplandor las estrellas. Acababan de hacer el amor. Ella – Victoria – desnuda sobre la cama, miraba por el tragaluz tratando de adivinar el nombre de la constelación que tenía sobre su cabeza.
— Escorpio —  le dijo Valentín que acababa de encenderse un cigarrillo.
— ¿Cómo lo sabes? — le preguntó ella, sorprendida.
— No lo sé. Lo leí en alguna parte — respondió Valentin — Ya sabes. Esas cosas que sé.
“Sí”, pensó Victoria, “esas cosas que sabes”. Como el origen de un vino, la mejor raqueta o el palo de golf adecuado. Valentin tenía ese tipo de conocimientos que no sirven para mucho más que alardear y abrirse camino en sociedad. “Bueno, y a mi me conquistó con aquel comentario sobre Bodin” pensó recordando su primer encuentro en una galería de Marsella.
— Además — continuó diciendo Val — ya sabes que a Malena le encantan estas cosas: Los astros, los planetas, horóscopos…
Se rió y metió el dedo en el bonito ombligo de Victoria, pero ella lo apartó de un codazo.
— ¡No menciones a Malena! – protestó — Ya sabes que no me gusta. Sobre todo cuando acabamos de hacerlo
— ¡Vale! ¿Y qué quieres? — dijo, casi riendo, Valentin — Tú me has preguntado por la estrella.,… Además ya que hemos tocado el tema… debería contarte una cosa.
Victoria se había ladeado en el colchón. Encendió una lamparilla  cuya estera representaba la cabeza de un búho. Sus grandes ojos se encendieron fantasmalmente.
— ¿Hablarme de Malena? — preguntó mientras buscaba un cigarrillo en su bolso — ¿Qué le pasa? ¿Se ha vuelto a deprimir?
—  ¡Eh! No hables así de ella. Eres su mejor amiga ¿no?
— Sí, supongo. Una gran amiga. Acostándome con su marido dos meses después de su boda.
— Pásame uno también — dijo Valentin señalando la cajetilla que Vic acababa de sacar.
— Será por favor…
— Por favor — dijo Val.
Se encendieron los cigarrillos y fumaron en silencio, mirando a Escorpio.

— Tuvimos una discusión muy fuerte, el jueves — comenzó a decir él.

— Vale… eso no es nuevo
— Lo se, pero esta vez la cosa se desmadró. Ella volvió a acusarme de que no la hacía caso. Que no tenía atenciones, que un marido debería portarse de otra forma. Y de pronto me dice que sabe que estoy con otra. Jamás lo había hecho.
— ¿Qué?
— Se volvió loca, nunca la había visto así.
— ¿Y qué le dijiste?
— Pues que sí. Que era cierto, que me veía con otra.
— ¿QUÉ?
— Joder, era una broma. Me reí y todo, pero ella se lo tomó en serio. Se le pusieron los ojos blancos, como dos huevos, casi fuera de sus órbitas. Perdió el color del rostro. Me dijo que  si alguna vez la engañaba me mataría. Lo dijo de una forma que me asustó. De veras.
Victoria había dejado de fumar. De hecho había dejado de respirar también.
— Joder ,Val, joder. Eres un idiota integral. ¿Todavía no conoces a Malena?  Es pura nitroglicerina. No pensaba que pudieras ser tan imbécil.  Es peligrosa.
— ¿Te refieres a lo de matarme? No creo que lo haga. La pobre…
— ¿No lo crees? ¿Y si te digo que…. ya lo hizo? Bueno…quizá..
Se hizo un profundo silencio entre los dos.
— ¿De qué hablas?
Victoria se levantó y se puso las bragas. Valentin, desnudo sobre la cama, la miraba con curiosidad. Victoria pensó que aquella cara bonita ahora le resultaba estúpida.
Recordó la primera vez que lo vio en el club, vestido con su ropa de tenis, tan moreno y sonriente. Supo al instante que estaba allí para dar un buen braguetazo. Fue como si pudiera decodificarlo de un vistazo. Tal vez por que ella era igual que él.
— Cuando tenía diecisiete años tuvo un amor de verano — empezó a decir Victoria — Vincent, un chico de París que también pasaba las vacaciones en la Costa Azul. Se enamoró de él como una loca, a su estilo. Escribía su nombre en los árboles, las paredes. Vincent por aquí. Vincent por allí. Nos hablaba de su boda, de sus hijos.  Ya la conoces… la tonta rica heredera. Una noche, en un baile del puerto, ella le descubrió besando a otra. Vincent le dijo que no se atrevía a cortar con ella, por lástima, pero que había dejado de quererla. Entonces Malena desapareció de la fiesta. Al día siguiente la encontraron en su cama, rodeada de sangre.
— Estaba al tanto de esa historia — dijo Val mirando al techo — me la contó su madre antes de casarnos. Pero los psiquiatras dicen que esta fuera de peligro. No creo que se vaya a suicidar…
— Espera. No has oído toda la historia.  – continuó diciendo Victoria —  El chico, Vincent, apareció muerto una semana más tarde ¿A qué su madre no te  contó eso? Salió al atardecer a encontrarse con alguien en Cabo Canaille y al día siguiente apareció muerto, a los pies del acantilado. Se dijo que había sido un accidente, pero la persona con la que supuestamente se había citado nunca apareció.
— ¿Insinúas que fue Malena? ¡Vamos! — se rió Val — esa mosquita muerta…
— No la conocemos. Nadie la conoce, Val. Para el resto del mundo es la rica y neurótica hija de monsieur Fowler, la que se abrió las muñecas, la que vive en un régimen de pastillas. Pero para mí hay algo más en ella. Un fondo maligno. Por eso te asustaste el otro día, cuando ella te amenazó. ¿Verdad? Porque tu también puedes verlo.
— Pues… ¿Eh? Espera— Valentin alzó su mano en el aire, como pidiendo una pausa — ¿Has oído eso?
Se quedaron callados, Escorpio sobre sus cabezas y la brisa de los Alpes a su alrededor. Grillos, y el sonido de un ave lejana. El búho de los ojos de fuego era la única luz de la cabaña.
— ¿Qué? — preguntó Victoria.
— Calla. Me ha parecido oír algo.
— ¿Pero qué…?
Valentín levantó la mano en el aire y Vic cerró el pico. Fumó el último centímetro de su cigarrillo, hasta el mismo filtro.
— ¡Escucha! ¿Lo has oído?
— ¡Ahora sí!
Eran como unos pasos en la hierba. Algo que había rozado la madera de la cabaña por fuera.
— Un zorro — dijo Val — Seguro que ha olido el paté y el queso brie a kilómetros de distancia.
— Eso no es un zorro — replicó Victoria — era mucho más grande.
¿Pero entonces qué? ¿Un rebeco? ¿Un alce?
Valentin saltó de la cama y se acercó a un pequeño ventanuco que daba a la parte frontal de la casa. Miró por ella. Victoria se había puesto en pie y se encendía un nuevo cigarrillo. Llenó la copa de vino.
— ¿Ves algo?
— Nada— dijo Valentin con la vista puesta fuera — Solo tu coche y el mío. No hay nad…
Otro ruido. Esta vez al lado contrario de la cabaña. Sonó como una pequeña carcajada y algo rozó la madera de la casa, como unos dedos.
— ¡Es ella! — gritó Victoria. Y se agitó al punto de que el vino de su copa cayó manchando la alfombra.
Valentín sintió un escalofrío. Después contuvo el miedo.
—  Vamos Vic, Aquí no hay nadie. Solo tu y yo. Y algún animal. Será una marmota.
— Dios, estoy temblando.
— Vamos, vamos… ¿no ves que es imposible? Ella no sabe dónde estamos.
— Pudo seguirte. Se hizo la tonta toda la semana. Te dejó machar a tu “convención de tenis” y salió tras de ti.
— Vamos Vic,… esto se está yendo de madre.
Ella había comenzado a buscar su ropa por entre las sabanas.
— ¿Qué haces?
— Vestirme.
— ¿Vestirte? ¿Para qué?
— Me marcho.
— ¿Irte? Pero si acabamos de llegar. ¿Estás loca?
Vic no dijo nada. Se sentó en la cama y comenzó a ponerse las medias. Val volvió a mirar por la ventana. No había nada, ni un alma. Una manta de estrellas se elevaba sobre las copas de los pinos. Era cierto que esos ruidos habían sonado un poco raros, pero lo más posible es que fueran de un animal.
No podía imaginarse a Malena ahí fuera, con un cuchillo, contando los minutos para matarlos.
— Escucha — dijo Val —, creo que hemos empezado con mal pie el fin de semana. Es mi culpa. Toda esta historia de Malena… creo que te he asustado en vano… no fue para tanto ¿sabes?
Victoria no le prestaba atención. Se vistió la falda y se apresuró con los zapatos
—Hagamos una cosa – continuó Val — Tú te quedas aquí y yo salgo a mirar fuera ¿de acuerdo? ¿Te quedaras más tranquila? Si resulta que es Malena le invitamos a un café y se lo explicamos.
— ¡Val!
—De acuerdo — se rió él —  Pero si no hay nadie, te quedarás, promete que te quedarás conmigo. Quiero que volvamos a hacer eso de antes. ¿Te acuerdas?… venga… ¿es eso una sonrisa? Dime que sí.
Victoria asintió con la cabeza. En realidad no se quedaría de ninguna manera, pero no le importaba que Val echase un vistazo (al fin y al cabo,  tenía que salir AHí fuera a por su coche). Después le diría adiós. Y esta vez sería un adiós-para-siempre.
Llevaba tiempo pensando en hacerlo. Val era un buen polvo, pero era demasiado idiota. Y Malena…
— Vengo ahora – dijo Val.
Se había puesto solo unos pantalones. Sacó su bonito cuerpo de atleta por la puerta de la cabaña.
— ¿Malena? — preguntó a la oscuridad de la noche — ¿Maleeeenaa?
Demasiado idiota, pensó Victoria riéndose, pero con un buen trasero también.
Los ruidos habían cesado y ahora solo se oía el rumor de los grillos, azuzando sus guitarras con frenesí. Las estrellas seguían quietas ahí arriba. Escorpio.
Vic se maquilló y pensó en la historia que le contaría a Guillem cuando llegara a casa esa noche. Tal vez le diría que una de las chicas de la “venta en casa” se había puesto enferma y que lo habían cancelado todo.
Justo cuando se aplicaba el último toque de pintalabios oyó aquel golpe y algo parecido a un gemido. El susto hizo que se dibujase una línea fuera del labio.
— ¿Val? — dijo alzando la voz — ¿Valentin?
Se acercó a la ventana, con cuidado. Miró a un lado y a otro.
— Val, ¿Estas ahí?
— Soy Malena – dijo una vocecilla – He venido a vengaaaaaaaaaaaaarmme
Casi se le para el corazón cuando Val la cogió por las caderas. Gritó tan fuerte que a Val le silbaron los oídos por un buen rato. Después, cuando se dio cuenta de que nadie la iba a matar, se enfadó. Le soltó un buen tortazo a Val, que no paraba de reírse. Terminó de meter sus cosas en el bolso.
— ¡Vamos! — se quejó él — Me lo prometiste.
— Eres un imbécil — dijo saliendo por la puerta — No quiero volver a verte.
— Y tú eres una furcia bastante cara — le respondió Val apoyado en el marco de la puerta—  Ya encontraré otra.
Justo en ese instante vieron aquella pequeña sombra moverse junto a la pared de la cabaña. Era un animalito, pero no pudieron saber cual (¿una marmota?) Rozaba la pared con su cuerpo y emitía algo parecido a una risita. Val si que se rió.
— Mira… ¡ahí tienes a Malena!
Victoria ni respondió. Montó en su coche y lo arrancó. Mientras maniobraba le reventó un foco al Alfa Romeo de Val.
— ¡Y no follas tan bien! — le gritó enfadado mientras la veía marchar.
Después se echó a reír y volvió a la cabaña.
Su amigo el monitor de ski tenía un bar bien surtido. Se preparó un gin tonic, encendió su ordenador y se tumbó en la cama a ver una película.
Le escocía lo de Vic, pero solo era eso: un escozor. Afortunadamente para Val, su corazón jamás había sufrido demasiado. Era todo piel, poca sangre. Y no le había ido tan mal. Además, llegaba septiembre y en el club había un par de candidatas para reemplazar a Vic. Y esa cabaña era un lugar fantástico.
Se terminó el Gin tonic y fue a por otro. La película era un poco aburrida así que se recostó y miró hacia arriba, por el tragaluz. Ahí estaba Escorpio. Quieta y reluciente. Diamantes incrustados en la eternidad del cielo. Escorpio…¿Por que la llamarían así?
Sonaron tres golpes en la puerta. Como tres golpes enfadados.
Val se quitó los auriculares. Esperó tumbado, en silencio, a que volvieran a llamar.
De nuevo. Golpes. TOC TOC TOC.
Se levantó. Miro por la ventana.

Solo podía ser Vic, pero su coche no estaba allí. ¿Y si se le había pinchado una rueda en mitad del camino? pensó de pronto; ¡Eso sería gracioso! ¡Gracioso de veras! O tal vez se lo hubiera pensado dos veces. La muy …. No quería irse sin su ración de Val ¿Eh?

— ¿Quién llamaaaa? — preguntó Val cuando estuvo delante de la puerta.

Pero al otro lado solo había silencio.

— Vamos ¿ Quién quiere ver a Val a estas horaaaas? – preguntó de nuevo. Quería humillarla un poco antes de dejarla entrar.

Pero al otro lado nada. Silencio.

Giró la manilla de la puerta y la abrió. Sonrió mientras lo hacía, esperando encontrarse la cara de Victoria, desencajada por aquella humillación. Aun así estaba contento. No le apetecía la idea de pasar la noche solo…

Pero cuando vio lo que había al otro lado, sus pupilas se dilataron y la respiración se le cortó por un segundo.

Y el escorpión se coló por la puerta. Rápido, muy rápido.

Deja un comentario